Lo que aprendí en mi transición
Escrito por: Eva Díaz, CEO de Appogeo Digital
Durante mucho tiempo pensé que la transición de identidad de género era lo más complicado que podía hacer en mi vida. Que el día después sería simplemente empezar a vivir la vida como la deseaba vivir desde la infancia y que todo sería un camino de rosas. Nunca sospeché que me esperaba un mundo diferente y una catarata de aprendizajes. Como no quiero aburriros demasiado, y por ceñirme al lema de este blog ‘Yo jefa’, me voy a centrar en lo más importante y concreto: ser “jefa” y ser “jefe” no tiene nada que ver.
Cuando aterricé como directora ejecutiva en mi primer empleo como mujer, llegué dispuesta a aplicar mi tremenda experiencia en Comités de Dirección desde el año 1999 y en la dirección de equipos desde que la memoria me alcanzaba… que para eso ya tiño canas. ¿Cómo se me iba a resistir una empresa pequeña de no más de 20 empleados? Aquello era pan comido para una ex Accenture.
Primera medida después de tratar de entender el caos en el que me había metido: reunión de coordinación y definición de modelos de trabajo y estrategia. Siguiendo los cánones estrictos de mi bagaje profesional, establecí el orden del día, dejé que todos explicaran sus puntos de vista (comprobando que estaban a kilómetros de distancia unos de otros) y, apoyada en mi experiencia, mi conocimiento y en que, qué narices, la directora ejecutiva era yo, decidí como íbamos a trabajar de ahí en adelante, las políticas y las estrategias.
Las semanas siguientes fueron de frustración: nadie me seguía. Daba igual mi cargo, mi experiencia o la solidez de mi razonamiento. Tuve que dedicar toda mi energía a entender el porqué. Y descubrí, entre asombrada y divertida, que la principal razón era que yo era mujer y, por alguna razón extraña, como tal mi crédito estaba en entredicho. Lo que nunca me había pasado cómo Enrique me estaba pasando como Eva. Comprobé que no eran comportamientos voluntarios, sino estereotipos que aplicaban prácticamente de forma inconsciente y que llevaban en su “ADN”.
No tuve más remedio que ganarme la confianza persona por persona; explicar mis razones, entender sus miedos y preocupaciones hasta llegar obtener el crédito que de entrada me estaban negando. Hasta obtener, con paciencia y persuasión, el respeto.
Una vez que le hube conseguido, el equipo empezó a funcionar como un engranaje perfecto. Un equipo donde funcionaba la colaboración, donde los problemas se solucionaban mediante el diálogo, donde las decisiones eran mancomunadas y seguidas sin discusión y en el que, si surgían diferencias, volvíamos al equipo a resolverlas. Aquí mi rol como directora ejecutiva no era imponer mis decisiones, sino asegurar que el equipo como tal decidiera cuál era el mejor camino y asegurarme que ese diálogo era constante, eliminando las fricciones.
Mi estilo de liderazgo cambió porque yo había transicionado a mujer. Hay una lectura negativa: como mujer debía liderar por consenso, no por imposición. Pero hay dos lecturas positivas: una vez que me gané el respeto, no necesité la autoridad y el equipo funcionaba mucho mejor; la segunda este es el estilo de liderazgo adecuado en las nuevas organizaciones digitales.
Ser jefa es distinto y todas debemos entenderlo; pero ser jefa es el futuro.