Ser auténtica tiene premio
Escrito por: Eva Pérez Nanclares, CEO & Founder S&P Legal – Retales Comunicación
Yo no nací jefa, eso es así. Más bien aprendí a serlo. Me licencié en Derecho, trabajé en esto y en aquello, emigré a Londres con ese empleo que supuso un trampolín y un reto superado. Estudié un postgrado y volví a España. Después fundé mi propio despacho, que ha ido creciendo con mucho esfuerzo y gracias a la confianza de mis clientes. Pero de la Facultad no salí sabiendo ser líder, sin duda, tal vez sea justo decir que he ido aprendiendo con las experiencias, el tiempo y quien me he encontrado en el camino. También aprendí de alguien cuyo nombre no quiero acordarme qué tipo de jefa no quería ser, y aprendí de alguien a quién no olvidaré algunas claves a emular.
Algo parecido a lo que me pasó con el “ser lesbiana”. Los estereotipos y la sociedad en la que crecí me impidieron pensarme jefa y, mucho menos, lesbiana. Lo primero era algo reservado a los hombres. Lo segundo era tan denostado, tan dañino, incluso repulsivo, que no podía ni ser nombrado. Es difícil reconocerse a una misma en conceptos que la sociedad rechaza. Es difícil tener una idea de ti positiva en ninguna de esas dos facetas.
El camino ha sido largo en ambos casos porque pasar de no ser, o no poder ser, a sentirte orgullosa de ti misma por lo uno (ser jefa) y lo otro (ser lesbiana) se antoja un salto mortal con demasiadas piruetas.
Reconozco que soy una mujer afortunada: de un lado, tengo la cultura a la que he podido acceder con no poco esfuerzo de mis padres, trabajadores que fueron capaces de darme lo que a ellos les fue privado, y de otro, porque tengo a mi lado a la mejor compañera, mujer, esposa y socia. Ambos han sido los pilares de mi vida: estudiar Derecho casi como defensa, para saber de qué defenderme y cómo hacerlo; y encontrar el amor y cultivarlo, a pesar de todas las fuerzas que lo amenazaban.
Con esa fortaleza y el afán por mejorar un poco cada día he ido creciendo como líder de mi pequeño pero valiosísimo equipo. Y en ese andar he descubierto el valor que tiene presentarse al mundo tal y como una es, sin dobles caras y asumiendo que, si has de ganarte la confianza y el respeto de aquellos a los que diriges, orientas, formas, coordinas… debes ser tú misma, debes ser auténtica.
En mis primeros años como jefa me ocurrió, como a tantas otras compañeras que, sin llegar a mentir, procuraba una ir caminando por esa cuerda de funambulista que separa la vida personal de la profesional. Eso en un equipo de cuatro personas, con acceso a la agenda de la jefa por una cuestión de mera operativa y eficiencia, era poco menos que imposible. Por otro lado, en el ADN del despacho y de sus fundadoras está la diversidad y la defensa de los Derechos Humanos, así como un profundo sentido de lucha contra las injusticias y que marcaba la diferencia entre qué se decía y a quién se decía. Pero, si he de ser sincera, realmente hubo un antes y un después cuando una de las potenciales colaboradoras – aún en período de prueba– se permitió hablar despectivamente de un cliente por su origen migrante. Tolerancia cero ante la discriminación en todas sus formas, cosa que, sin duda, ya estaba en mi esencia. Sólo quedaba ponerle palabras, hacerlo expreso, convertirlo en norma, incorporarlo a las entrevistas de trabajo y al día a día cotidiano. Hacer de la diversidad y la inclusión un elemento diferenciador.
La confianza de mi equipo, la cohesión, la lealtad y el empuje no se ganan de otra forma sino ejerciendo día a día con el ejemplo, aplicando tus valores y practicando la escucha activa, permitiendo que sean quienes sean, con sus propios criterios y ética, compartan y se adhieran a los valores de respeto por encima de todo.
Porque ser auténtica y ser una misma tiene premio.